La bendición viene de arriba

«La bendición viene de arriba y desciende; nos llega de alguien que está por encima de nosotros, en primer lugar, de nuestros padres. Cuando los padres bendicen a sus hijos, se encuentran profundamente unidos al cauce de la vida. Su bendición acompaña la vida que ellos transmitieron a sus hijos. Al igual que la vida, también la bendición significa transmitir algo sagrado que nosotros mismos recibimos en su momento.

La bendición es el sí a la vida, la protege, la multiplica, la acompaña. La bendición libera al bendecido para lo propio, para su propia plenitud. A través de él, la bendición y la plenitud siguen fluyendo hacia otros: por ejemplo, hacía una pareja, hacia los propios hijos, hacia los amigos. Y también fluye hacia la propia actividad que apoya y cuida la vida extensamente.

Así, los padres bendicen a sus hijos a la hora de la despedida, cuando éstos se van. Ellos mismos se quedan. De esta manera, los hijos son libres y autónomos. También cuando los padres se despiden, por ejemplo en el lecho de muerte, bendicen a sus hijos y nietos. A través de la bendición siguen unidos a ellos.

Por tanto, únicamente puede y debe bendecir aquél que está bendecido y se encuentra en concordancia con algo más grande. Únicamente pasa a otros lo que le llegó y a lo que el mismo se abrió. Así, pues, la bendición es humilde, y sólo donde se da con esta humildad, despliega todo su efecto benéfico. »

Del libro «Ordenes de la ayuda» de Bert Hellinger.

Ser bendecido para poder bendecir.